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Rubén Darío

Sección: Poemas de Amor » La Cabeza De Rawí

"La Cabeza De Rawí"


I

¿Cuentos quieres, niña bella?

Tengo mucho que contar:

de una sirena del mar,

de un ruiseñor y una estrella,

de una cándida doncella

que robó un encantador,

de un gallardo trovador

y de una odalisca mora,

con sus perlas de Bassora

y sus chales de Labor.

II

Cuentos dulces, cuentos bravos,

de damas y caballeros,

de cantores y guerreros,

de señores y de esclavos;

de bosques escandinavos

y alcázares de cristal;

cuentos de dicha inmortal,

divinos cuentos de amores

que reviste de colores

la fantasía oriental.

III

Dime tú ¿de cuáles quieres?

Dicen gentes muy formales

que los cuentos orientales

les gustan a las mujeres;

así, pues, si ésos prefieres

verás colmado tu afán,

pues sé un cuento musulmán

que sobre un amante versa,

y me lo ha contado un persa

que ha venido de Hispahán.

IV

Enfermo del corazón

un gran monarca de Oriente,

congregó inmediatamente

los sabios de su nación;

cada cual dio su opinión,

y sin hallar la verdad

en medio de su ansiedad,

acordaron en consejo

llamar con presura a un viejo

astrólogo de Bagdad.

V

Emprendió viaje el anciano;

llegó, miró las estrellas;

supo conocer en ellas

la cuita del soberano;

y adivinando el arcano

como viejo sabedor,

entre el inmenso estupor

de la cortesana grey,

le dijo al monarca: «!Oh Rey!

Te estás muriendo de amor.»

VI

Luego, el altivo monarca,

con órdenes imperiosas

llama a todas las hermosas

mujeres de la comarca

que su poderío abarca;

y ante el viejo de Bagdad,

escoge su voluntad

de tanta hermosura en medio,

la que deba ser remedio

que cure su enfermedad.

VII

Allí ojos negros y vivos;

bocas de morir al verlas,

con unos hilos de perlas

en rojo coral cautivos;

allí rostros expresivos,

allí como una áurea lluvia

una cabellera rubia;

allí el ardor y la gracia,

y las siervas de Circasia

con las esclavas de Nubia.

VIII

Unas bellas adornadas

con diademas en las frentes,

con riquísimas pendientes

y valiosas arracadas;

otras con telas preciadas

cubriendo su morbidez;

y otras de marmórea tez,

bajas las frentes, y mudas,

completamente desnudas

en toda su esplendidez.

IX

En tan preciosa revista,

ve el Rey una linda persa

de ojos bellos y piel tersa,

que al verle baja la vista;

el alma del Rey conquista

con su semblante la hermosa;

y agitada y ruborosa

tiembla llena de temor

cuando el altivo Señor

le dice: «Serás mi esposa.»

X

Así fue. La joven bella

de tez blanca y negros ojos,

colmó los reales antojos

y el Rey se casó con ella.

¿Feliz dirás, tal estrella,

Emelina? No fue así:

no es feliz la Reina allí

la linda persa agraciada,

porque ella está enamorada

de Balzarad el Rawí.

XI

Balzarad tiene en verdad

una guzla en la garganta,

guzla dúlcida que encanta

cuando canta Balzarad;

viole un día la beldad

y oyó cantar al Rawí;

de sus labios de rubí

brotó un suspiró temblante...

Y Balzarad fué el amante

de la celestial hurí.

XII

Por eso es que triste se halla

siendo del monarca esposa

y el tiempo pasa quejosa

en una interior batalla.

Del Rey la cólera estalla

y así le dice una vez:

«Mujer llena de doblez:

di si amas a otro, falaz.»

Y entonces de ella en la faz

surgió vaga palidez.

XIII

«Sí», le dijo, «es la verdad;

de mi destino es la ley:

yo no puedo amarte ¡Oh Rey!

porque adoro a Balzarad.»

El Rey, en la intensidad,

de su ira, entonces, calló;

mudo, la espalda volvió;

mas se vía en su mirada

del odio la llamarada,

la venganza en que pensó.

XIV

Al otro día la hermosa

de parte de él recibió

una caja que la envió

de filigrana preciosa;

abriola presto curiosa

y lanzó, fuera de sí,

un grito; que estaba allí

entre la caja guardada,

lívida y ensangrentada

la cabeza del Rawí.

XV

En medio de su locura

y en lo horrible de su suerte,

avariciosa de muerte

ponzoñoso filtro apura.

Fue el Rey donde la hermosura:

y estaba allí la beldad

fría y siniestra, en verdad;

medio desnuda y ya muerta,

besando la horrible y yerta

cabeza de Balzarad.

XVI

El Rey se puso a pensar

en lo que la pasión es;

y poco tiempo después

el Rey se volvió a enfermar.

Autor: Rubén Darío

Publicado: domingo, 20 de septiembre de 2015

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