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José Gautier Benítez

Sección: Poemas de Amistad » Zoraida

"Zoraida"


En gótica estrecha torre

que el agua del Tajo baña,

y que un peñasco domina,

como lúgubre fantasma

que en triste noche de insomnio

evoca tímida el alma,

sin pajes y sin doncellas,

sin juglares y sin zambras,

separada de Toledo,

gime la bella Zoraida,

porque dejó que en su rostro

fijase ardiente mirada

el jefe de los donceles,

el capitán de la guardia,

el del la blanca garzota,

y la corva cimitarra.

El orgulloso africano

que de insensible hace gala,

y es severo con los hombres

y severo con las damas.

El que desprecia las sedas

y los perfumes de Arabia

el que asiste a los festines

como asiste a las batallas,

y al lado de los caftanes

y las túnicas bordadas,

los encajes y las cintas,

lleva la cota acerada,

lleva la blanca garzota

y la corva cimitarra.

Mas, ¡ah!, contra amor no valen

las armas mejor templadas,

ni hay guerrero que resista

la fuerza de una mirada

que penetra por los ojos

y se apodera del alma,

y por eso... en los jardines

del palacio de Galiana,

cayó una noche, rendido

de hinojos ante Zoraida

el jefe de los donceles,

el capitán de la guardia,

el de la blanca garzota

y la corva cimitarra.

Nada valió su cariño,

su pasión inmensa, nada.

No se apiadó de su pena

la bellísima Zoraida.

¿Qué le importaba a la hermosa

que la Corte festejaba,

que la amase con delirio

el capitán de la guardia?

Mas iba pasando el tiempo

en dulce apacible calma;

si Zoraida no accedía

ya su altivez no era tanta,

ni tan esquivo su acento

ni tan glacial su mirada,

y por eso... en una torre

que el agua del Tajo baña,

separada de Toledo

gime la bella Zoraida.

Pero es el amor un árbol

de florescencia tan grata,

que al brotar del corazón

nuestra existencia embalsama.

Es un prisma delicado

y a su través, en bonanza,

se ven cruzar de la vida

las dolorosas estancias,

arrulladas dulcemente

al soplo de la esperanza.

Y nada vale la fuerza,

y los obstáculos nada;

no caben ajenas leyes

en el imperio del alma,

porque el amor combatido

y en lucha con la desgracia,

es impetuoso torrente

que al final de su jornada,

al hallar modesto dique

cortando su rauda marcha,

parece duda un momento,

riza la espuma nevada,

en sí mismo se revuelve,

junta sus aguas... y salta.

Así pensaba una noche,

noche lóbrega, enlutada,

el jefe de los donceles,

el capitán de la guardia,

el de la blanca garzota

y la corva cimitarra.

Y animándose de pronto

su antes lánguida mirada,

por una escala secreta

bajó rápido a la cuadra,

tomó su negro corcel

de los desiertos de Arabia,

y al dejar la población

a todo escape se lanza.

Salvando riscos y peñas

el noble bruto volaba,

y el capitán impaciente

más aguijaba su marcha,

sin detener su carrera

frenética, desalada,

hasta llegar a la torre

que el agua del Tajo baña.

Allí, apoyado en un muro,

fija en la estrecha ventana

una mirada, en que envía

todo el amor de su alma,

y vio la sombra de un bulto

tras la cortina de gasa,

y muriendo de emoción

le dirige estas palabras:

"Luz y encanto de mi vida,

mi bellísima Zoraida,

paloma de blancas plumas,

tórtola que triste cantas.

De Damanhur fresco lirio,

de Ceilán perla preciada,

no me olvides, no me olvides,

hurí que del cielo faltas,

y ten, nevada gacela,

en Dios y en mí confianza.

Yo sé que no necesitas

para amarme, mi Zoraida,

que me presente a tus ojos

cubierto de ricas galas,

pues no se compran con oro

los sentimientos del alma.

Pero ¡ah!, mi bien, que no piensan

como tú los que te guardan.

Mas... le arrancaré al destino,

en generosa demanda,

coronas para tu frente,

perlas para tu garganta,

para tu cintura chales,

y alfombras para tus plantas;

y volveré, vida mía,

pero con riqueza tanta,

que no ofenderá mi orgullo

quien de mis brazos te arranca".

Callóse aquí el caballero,

se agitó la leve gasa,

y asomóse al ajimez

la bellísima Zoraida;

y vio que en negro corcel

sobre Toledo adelanta

el jefe de los donceles,

el capitán de la guardia,

el de la blanca garzota

y la corva cimitarra.

Autor: José Gautier Benítez

Publicado: domingo, 20 de septiembre de 2015

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